28/3/08

Democracia y cristianismo

Tal vez el tema que me he propuesto para este post sea inabarcable. Se ha escrito - y dicho - mucho respecto a este tema, y estoy muy pero muy lejos de poder dar una visión suficientemente profunda y seria de él. Pero qué más da, hay cosas que no se pueden dejar pasar; menos estudiando en nuestra Facultad y, por lo tanto, teniendo que convivir a diario con distintas formas de concebir las vinculaciones entre política y religión, muchas de las cuales están absolutamente reñidas con el Estado democrático de Derecho.

Lo anterior nos pone en la necesidad de preguntarnos: ¿son compatibles la religión católica y el sistema democrático? ¿Tendrán razón quienes sostienen que para el catolicismo la democracia es, en el mejor de los casos, un mal menor? ¿Es compatible la noción de verdad revelada con la deliberación democrática? En fin, podría seguir eternamente con preguntas de este tipo que creo, por lo demás, son falsas oposiciones. En mi opinión, el cristianismo no sólo es compatible con el sistema democrático, sino que tiene - igual que todas las religiones existentes en determinada sociedad - un lugar específico en el mismo, desde el cual bien puede - a través de sus fieles que participan en la discusión pública - influir y colaborar en el proceso de deliberación política.

Para contestar esto, me baso en dos usos de la razón práctica señalados por Habermas1. Se trata de los usos ético y moral; el primero, es el uso que busca el logro de una vida buena, la cual estará influida por convicciones subjetivas, apoyadas en la cultura o en una tradición determinada. El segundo, el uso moral, es aquel que se refiere al fundamento y aplicación de los deberes y derechos de los miembros de la comunidad. Vale decir, el nivel moral es el propio del entendimiento social sobre las normas que rigen nuestras relaciones recíprocas como miembros de la sociedad.

El mensaje cristiano se sitúa, así, en el primer nivel de uso de la razón práctica: el ético. Efectivamente, la tradición y el Magisterio de la Iglesia bien pueden ser una guía de comportamiento para los ciudadanos e incluso para parte relevante de ellos, como sucede en nuestro país.

Aún más, las ideas - varias originalmente cristianas - de que todos los hombres son igualmente dignos, de la necesidad de estructuras socialmente justas y del amor al prójimo, pueden ser un importante aporte a la consolidación de una verdadera democracia, donde exista el diálogo cooperativo y el ideal de la ciudadanía realmente se cumpla.

En el nivel moral, sin embargo, ninguna persona - ni tampoco la Iglesia - puede pretender que su visión acerca de la vida buena se haga valer coactivamente por sustentarse en una verdad revelada (que se considera absoluta). Lo que puede hacer, es - desde su tradición y su cosmovisión - aportar con argumentos y participar en la deliberación democrática, como cualquier otra persona. Es más, en la medida en que los fieles cristianos sean consecuentes con el contenido y las prescripciones de su fe, podrán influir y hacerse parte activa del proceso democrático, logrando incluso que sus convicciones sean convincentes para los demás y se reflejen en el proyecto político democrático. Pero mal podrían, como pretenden algunos, sostener que sus propias concepciones del bien deben hacerse valer coactivamente por poseer un nivel de veracidad o legitimidad superiores al sistema político concreto, saltándose la deliberación democrática en términos seculares.

En fin, la Iglesia Católica bien puede hacerse parte del debate público. También pueden hacerlo el judaísmo, el Islam, las Iglesias protestantes, etc. Pero no pueden pretender someter sus argumentos acerca de la vida en común, a criterios de corrección distintos de los que rigen para los demás ciudadanos. Atrás quedó la época en que verdad, bien y justicia eran conceptos trascendentales dados por la autoridad eclesiástica. Atrás quedó la época en que Iglesia y Estado estaban unidos. Gracias a Dios.

1 Señalados por SCHERZ, Tomás, en "La voz ética de la Iglesia en democracia", Revista Mensaje, Septiembre 2007. En lo sucesivo, sin embargo, me aparto de lo señalado por este autor.