10/11/09

¿Es posible una derecha liberal?


Durante el último tiempo, la idea de Sebastián Piñera de incluir en su franja a una pareja de homosexuales, así como la iniciativa de un par de parlamentarios de la Alianza de legislar acerca de las "uniones de hecho", ha generado un debate interesante dentro y fuera de éste conglomerado.

La aparición de una derecha liberal es una vieja añoranza que ha aflorado varias veces en nuestra historia política. Piñera ha sido, efectivamente, uno de los que ha intentado promover un cierto liberalismo dentro de la derecha chilena, esencialmente conservadora y tradicionalista. Con todo, hay que enfatizar que se trata de un "cierto liberalismo"; en realidad la afirmación del liberalismo político en sentido pleno habría marginado a Piñera hace años de la Alianza por Chile. Simplemente, se trata de un conglomerado tan conservador que apoyar la existencia del divorcio vincular y la entrega de anticonceptivos en establecimientos públicos de salud constituye a cualquiera en un "liberal".

Por ello, no creo que sea posible una derecha liberal en Chile.

En primer lugar, esto se debe a motivos históricos. Históricamente, la derecha ha sido bastante reacia a asumir la democracia - tal como la entienden los liberales (v.gr. Rawls, Dworkin) - como un proyecto político propio. Por el contrario, parte relevante del empeño de la derecha ha sido, justamente, impedir su consolidación. Ni siquiera vale la pena referirse al hecho de que, masivamente, hayan apoyado a un gobierno dictatorial, hayan sido funcionarios del mismo y hayan intentado asegurar su perpetuación en el poder. La derecha chilena no puede ser liberal - salvo que aceptáramos la idea improbable de que un liberal pueda no ser demócrata - porque durante la década de los 90 y parte importante de ésta, ha intentado limitar la democracia como procedimiento. En primer lugar, abogando por la mantención de los senadores designados, la derecha intentó por años mantener un poder político distorsionado respecto a la realidad electoral.

En seguida, la defensa irrestricta del sistema binominal no puede ser considerada consecuente - mejor dicho, compatible - con el liberalismo. Si hay algo que ha caracterizado al liberalismo, es la preocupación por la integridad de las instituciones políticas básicas de la sociedad. Si hay algo que ha logrado el sistema binominal, ha sido - justamente - afectar la calidad de las instituciones políticas básicas: los partidos, las elecciones y el voto popular.

Alguien podría tratar de sostener que, en realidad, se puede ser liberal y defender la existencia de un parlamento no-tan-representativo y de un sistema electoral deficiente y con notable capacidad para corromper las instituciones políticas.

Pero lo que realmente es insostenible, es que se pueda ser liberal y afirmar que la preocupación de la política es defender, propugnar y consagrar una concepción del bien - la verdadera, de hecho - en desmedro de otras - las falsas.

Y esa es la esencia de la derecha chilena: la defensa irrestricta y acrítica de una concepción moral concebida como natural. Prueba de ello son las tres cosas que más nos asemejan. como país, a un convento, y que han sido las banderas de lucha, durante la democracia, de la derecha: 1) el hecho de que el divorcio sea algo polémico; 2) que en nuestro país los homosexuales no pueden casarse - ni hablar de adoptar hijos - y, en consecuencia, son dignos de menor consideración y respeto por parte de la comunidad política que los heterosexuales; y 3) que para nuestra praxis constitucional actual (dominada por el centro de formación de la derecha conservadora) la autonomía de la mujer no existe.

Por ello, salvo que estemos dispuestos a admitir que el liberalismo es, en realidad, una defensa del libre mercado, nuestra derecha no puede ser liberal. La preocupación fundamental de la mayoría de los liberales (JS Mill, Berlin), fue convencernos de que la tradición, la opinión pública e incluso el propio bien del sujeto, son inadmisibles como justificaciones de la intervención estatal si es que no hay un verdadero daño a otro.
Resulta curioso que nuestra derecha esté repleta de personas tan prontas a defender el emprendimiento privado de cualquier forma de intervención estatal, y que con tanto orgullo propugnan que el Estado intervenga en lo más íntimo de la vida individual. Tal vez, para la derecha chilena los negocios son algo más íntimo que la vida sexual.